sábado, 16 de septiembre de 2017

El último aliento |Rubelangel


Me recuerdo aquel día como una sombra de antaño, triste y con mirada húmeda ante los desafíos a los que me enfrentaba a una corta edad, si bien mi inocencia jugó mis cartas, esa fue la última vez que pude usarle de comodín. La tristeza me tendió sus manos cuando apenas yo era un niño con el rostro empapado en llanto, pero no le culpo, vio a un niño solitario en el parque y se apiado de mí. 

Agradezco a la tristeza por acudir a mi llamado y por acompañarme en mi soledad, mucho más por ayudarme a jugar en la arena del parque hasta que fue tiempo de ir al cementerio siendo arrastrado por manos adultas. 

Fue la primera vez que conocí la tristeza. 


En el funeral de mi padre. 

Los arboles llenos de cerezos que tanto amaba estaban marchitos por el frío, haciéndome sentir mucho más desolado que la ráfaga de viento que le helaba las piernas a mi tía. La recuerdo murmurando cosas acerca de porque tenía que cuidarme, y los motivos del porque siempre le encargaban estorbos cuando tenía mejores cosas que hacer. 

Duras palabras que calaron en mi vida, fueron las primeras que empezaron a atar mi corazón, fue la primera vez que alguien me impulso a caminar hacia el acantilado. La miseria misma, cala más dentro de los humanos que el abandono ajeno.

Luego fue recibir los pretenciosos pésames, provenientes de voces que mi padre nunca quiso escuchar, y de las que mi madre no podía defenderme por estar en cama inconsciente para no volverse loca de dolor. No la culpé nunca por haberme dejado a la deriva cuando también la necesitaba, eso sí, nunca la entendí.

Pero sin duda lo que más me hundió ese día, fueron esas miradas de reojo que recibí mientras yo estaba junto a mi padre, "Rubén es muy joven para esto", ellos dijeron. Pero fuera de eso...

Nunca ayudaron. 

Resistí tanto caer ese día, más de 12 horas con el nudo atado a la garganta y los hombros tensos, tan pendiente de cualquier ruido, de cualquier persona que abriera los brazos para recibirme bajo una cálida mirada de amor, sólo quería consuelo, sin embargo el mundo tenía otra enseñanza que poner sobre mi espalda. "Los hombres deben ser fuertes, y tú tienes que ser uno". 

Hombros erguidos y una figura recta bajo una sombra lúgubre y una mirada tormentosa. Eso era un hombre para ellos. 

Pero yo no pude serlo con 6 años.

Me desplomé junto con los cimientos de cemento que construyeron sobre mí, todos y cada uno de ellos se deslavaron junto con mis lágrimas al ver a mi padre siendo enterrado donde no podría verle más. 

Recuerdo las manos puestas sobre mis labios cubriendo las suplicas que quería rogar mientras me alejaban, recuerdo mis manos moviéndose desesperadas y múltiples regaños puestos sobre mi nuca. Reclamando la falta de respeto que ni ellos poseían. Recuerdo esa voz en mi garganta, desgarrándome por dentro mientras mis ojos rogaban a esa mujer que me dejará sufrir.

"¡BASTA RUBÉN! ¡LOS HOMBRES NO LLORAN!". Eso dijo ella después de una bofetada limpia que estampo sobre mi mejilla. Esas palabras resonaron en mi cabeza durante años, se arrastraron en el barullo de mi cabeza en cada oportunidad que tenían. 


Es por eso que esta vez, teniendo enfrente al chico de cabello negro que es mi mejor amigo, a punto de despedirse de mí, las palabras se vuelven a ahogar en mi garganta. "No me quiero ir", es lo que quiero decir, pero no puedo hacerlo, no porque....

Porque tampoco sé cómo confesar que ya no podemos ser amigos.

La brisa me revuelve el cabello igual que aquel día en el parque, todavía hay frío calando en mis huesos y perpetrándose dentro de mi corazón. Hoy vuelvo a sentir ese dolor dentro del pecho, queriendo tirarme de rodillas. Queriendo robarse mi último aliento. 

—Adiós... Rubén. Cuídate mucho por favor.













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Será una historia muy corta porque es para empezar. 





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